Perspectiva / 61
Lunes 10 de Enero de 2005 / El Nuevo Día
Cecilia La Luz
Dirigente de Unidos por la Igualdad
saliendodelcloset@hotmail.com
Javier y Gloria Méndez soñaban con ser una familia ejemplar y darle lo mejor a sus hijos. A su primer hijo, lo invistieron con el nombre de su papá; era el bebé más bello, amado y mimado, llenando así sus anhelos. Sus padres solían tomarle vídeos de sus primeros pasos y palabras. Su mamá pensó que cuando grande sería un hombre de “bien”, casándose con una buena esposa y colmándolos con nietos. Siendo su único hijo, concentraron sus esfuerzos en darle la mejor educación y formación religiosa, llevándolo a la congregación pentecostal de su preferencia. La matrícula en el colegio “cristiano” era indispensable para asegurar una “formación de valores cristianos” y evitar cualquier tentación. Para asegurar que sería todo un “machito”, decidieron proveerle importantes juguetes propios de varoncitos y hacerlo participar en deportes físicos. Javierito siguió creciendo con expectativas varoniles, como “el que va a tener muchas novias igual que su padre cuando adolescente”. Éste participaba además de cultos religiosos donde le enseñarían que la homosexualidad es un pecado abominable, producto del diablo y objeto de condenación. El exorcismo era habitual, ya que el pastor estaba convencido de que el homosexualismo era una tentación del demonio. Estas creencias “cristianas” llevarían a Javierito seguro a la “Salvación” y a culminar su visión del hombre “modelo”, con una familia ejemplar. Al Javierito seguir creciendo, sus padres le prohibieron juntillas “sospechosas”, con varones con conductas “afeminadas”. Llegando a su preadolescencia, Javierito comenzó a retraerse y hablar con sus amiguitos a escondidas. Al no verlo en compañía de féminas, sus padres sospecharon algo raro. Siendo fieles “cristianos”, consultaron con su pastor, quien recibió “del Señor” que Javierito estaba sumido en las garras de Sodoma y Gomorra y había que aplicarle terapias de “shock eléctricos” para “curar” su homosexualidad. Sumido en una depresión, fue sometido a esta “milagrosa” terapia, sin ningún resultado. Al alcanzar los 15 años, Javierito estaba enajenándose de su entorno social sin ser llevado a un sicólogo y sólo confiando en las recomendaciones del pastor.
Al definir su orientación homosexual y saber que no contaba con el apoyo de sus padres, el joven fue encerrándose más en sí, sintiéndose culpable y que estaba condenado a ser un “pecador”. Un terrible día, su mamá se encontró en su casa con la horrible escena de que Javierito se había quitado la vida. Dejó una carta pidiéndole perdón por no llenar sus expectativas.
Prefería morir a ser “hijo del demonio”. En ese momento, su madre, con mucho dolor, recordó aquel bebé adorable, en quien había invertido toda su vida y amor, realizando que jamás volvería a sentir su presencia. Si como padres hubiesen sido compasivos, no estarían arrepintiéndose una y mil veces de enseñarle a su hijo que era producto del diablo. Si Dios le diera otra oportunidad, pero ya era muy tarde.
Hay muchas familias Méndez en Puerto Rico. Vamos a evitar tener que lamentarnos. Aceptemos a nuestros hijos tal cual son: homosexuales, lesbianas, transexuales, amarillos, verdes o azules. Dénle su AMOR incondicional y comprensión. Por alguna razón Dios nos creó así. Para el resto de nuestras vidas, escojamos la unión familiar, en vez de la división e incomprensión.
© 2004 El Nuevo Día - Derechos Reservados
Lunes 10 de Enero de 2005 / El Nuevo Día
Cecilia La Luz
Dirigente de Unidos por la Igualdad
saliendodelcloset@hotmail.com
Javier y Gloria Méndez soñaban con ser una familia ejemplar y darle lo mejor a sus hijos. A su primer hijo, lo invistieron con el nombre de su papá; era el bebé más bello, amado y mimado, llenando así sus anhelos. Sus padres solían tomarle vídeos de sus primeros pasos y palabras. Su mamá pensó que cuando grande sería un hombre de “bien”, casándose con una buena esposa y colmándolos con nietos. Siendo su único hijo, concentraron sus esfuerzos en darle la mejor educación y formación religiosa, llevándolo a la congregación pentecostal de su preferencia. La matrícula en el colegio “cristiano” era indispensable para asegurar una “formación de valores cristianos” y evitar cualquier tentación. Para asegurar que sería todo un “machito”, decidieron proveerle importantes juguetes propios de varoncitos y hacerlo participar en deportes físicos. Javierito siguió creciendo con expectativas varoniles, como “el que va a tener muchas novias igual que su padre cuando adolescente”. Éste participaba además de cultos religiosos donde le enseñarían que la homosexualidad es un pecado abominable, producto del diablo y objeto de condenación. El exorcismo era habitual, ya que el pastor estaba convencido de que el homosexualismo era una tentación del demonio. Estas creencias “cristianas” llevarían a Javierito seguro a la “Salvación” y a culminar su visión del hombre “modelo”, con una familia ejemplar. Al Javierito seguir creciendo, sus padres le prohibieron juntillas “sospechosas”, con varones con conductas “afeminadas”. Llegando a su preadolescencia, Javierito comenzó a retraerse y hablar con sus amiguitos a escondidas. Al no verlo en compañía de féminas, sus padres sospecharon algo raro. Siendo fieles “cristianos”, consultaron con su pastor, quien recibió “del Señor” que Javierito estaba sumido en las garras de Sodoma y Gomorra y había que aplicarle terapias de “shock eléctricos” para “curar” su homosexualidad. Sumido en una depresión, fue sometido a esta “milagrosa” terapia, sin ningún resultado. Al alcanzar los 15 años, Javierito estaba enajenándose de su entorno social sin ser llevado a un sicólogo y sólo confiando en las recomendaciones del pastor.
Al definir su orientación homosexual y saber que no contaba con el apoyo de sus padres, el joven fue encerrándose más en sí, sintiéndose culpable y que estaba condenado a ser un “pecador”. Un terrible día, su mamá se encontró en su casa con la horrible escena de que Javierito se había quitado la vida. Dejó una carta pidiéndole perdón por no llenar sus expectativas.
Prefería morir a ser “hijo del demonio”. En ese momento, su madre, con mucho dolor, recordó aquel bebé adorable, en quien había invertido toda su vida y amor, realizando que jamás volvería a sentir su presencia. Si como padres hubiesen sido compasivos, no estarían arrepintiéndose una y mil veces de enseñarle a su hijo que era producto del diablo. Si Dios le diera otra oportunidad, pero ya era muy tarde.
Hay muchas familias Méndez en Puerto Rico. Vamos a evitar tener que lamentarnos. Aceptemos a nuestros hijos tal cual son: homosexuales, lesbianas, transexuales, amarillos, verdes o azules. Dénle su AMOR incondicional y comprensión. Por alguna razón Dios nos creó así. Para el resto de nuestras vidas, escojamos la unión familiar, en vez de la división e incomprensión.
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3 comentarios:
Que desgracia, y todo por ignorancia y unos religiosos fundamentalistas. Falta de educacion tambien, la cual escasa en Puerto Rico. El puertorriqueño tiene una inmensa sed por aprender y le debemos de dar a nuestros ciudadanos una educacion COMPLETA, en donde se desarolle el juicio propio saludable. Los puertorriqueños mueren por aprender, leer, ser conocedores, pero no hay suficiente vias que ofrezcan esta informacion que nos nutre como ciudadanos equilibrados. Simplemente ve al Border's de Plaza para que veas esa hambre... exponerse a otras ideas que nos construyen COMPLETO.
Aboguenos por una educacion ENTERA. ¿O tenemos que recurrir a esto?
http://www.insideschools.org/fs/school_profile.php?id=989
Prefiero una escuela asi que el suicidio.
Gracias por tu visita. Obviamente el caso de Javierito es ficticio pero representativo. Es nuestro deber seguir levantando conciencias.
Aplaudo el trabajo que hacen y felicito la iniciativa. Saludos desde Perú.
Paz
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